Señor Dios de la vida, hoy me acerco a Ti con un clamor que nace desde lo más profundo de mi ser. Soy madre, Señor, y mi corazón está desgarrado. Mi hijo ha desaparecido. No sé dónde está, no sé si está bien, si tiene frío, hambre, miedo o dolor. No sé si alguien le hace daño, si está solo, si aún guarda la esperanza de volver. Solo sé que mi alma llora su ausencia, y cada día sin noticias de él es una herida abierta que no deja de sangrar.
Te suplico, Señor, desde esta oscuridad que me envuelve, que lo protejas donde sea que se encuentre. Si está con vida, cuídalo con Tu amor infinito. Si está en peligro, líbralo de todo mal. Si está cautivo, dale fuerzas para resistir. Si está perdido, muéstrale el camino de regreso. Y si por Tu voluntad ha partido de esta vida, concédele el descanso eterno y la paz que tanto anhelamos encontrar.
Tú eres el Pastor que no descansa hasta encontrar a la oveja perdida. No dejes de buscar a mi hijo, Señor. Tú que conoces cada rincón de la tierra, cada rincón del alma, ve tras él. Toca su corazón, llena su espíritu de valor, y abre puertas donde yo ya no puedo abrir nada más. Que sepa que lo esperamos con amor, que su familia lo llama, que su madre no ha dejado de orar ni un solo día por su regreso.
Madre Santísima, Virgen de los Dolores, tú que viste desaparecer a tu Hijo camino al Calvario, tú que viviste el silencio de la incertidumbre y el tormento de no saber qué sería de Él, intercede por mí. Sostén mis lágrimas, abraza mi alma y camina conmigo en este valle de sombra. Mira mi dolor de madre, y suplica a tu Hijo Jesús por mi hijo. Que no se pierda, que no se destruya, que vuelva a casa.
Señor Jesús, Tú también fuiste un Hijo amado, y sabes cuánto puede doler la ausencia. Escucha esta súplica que nace de un corazón de madre que ya no puede más, pero que se niega a perder la esperanza. Tú eres el Dios de los imposibles. Tú puedes mover montañas, abrir caminos, iluminar la noche más oscura. Haz algo, Señor, haz el milagro de devolvernos a nuestro hijo. No por mérito nuestro, sino por Tu inmensa misericordia.
Espíritu Santo, ven sobre mí en esta espera tan dura. No permitas que la desesperación me robe la fe. Sustenta mi esperanza cuando todo parece perdido. Ayúdame a confiar, a seguir buscando, a no rendirme. Y si un día tengo que aceptar una respuesta distinta a la que anhelo, dame la gracia de abrazarla con humildad, sabiendo que mi hijo nunca estará fuera del alcance de Tu amor eterno.
Te entrego a mi hijo, Señor. Lo dejo en tus manos, porque ya no sé qué más hacer. Pero lo hago con fe, porque sé que en tus manos él está seguro. Lo consagro a tu Corazón, y me consagro también yo como madre sufriente, pero creyente.
Gracias, Señor, porque en medio de mi dolor, no me dejas sola. Te alabo por el amor que me sostiene y por la esperanza que, aunque herida, sigue viva. Devuélveme a mi hijo, Señor… y si no puede ser en esta vida, guárdalo para el cielo.
Amén.
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