Señor Jesús, Príncipe de la Paz, vengo ante Ti con el alma abatida y el corazón agitado. Tú conoces lo que oculto tras mi rostro, sabes cuánto me cuesta sonreír cuando por dentro la tormenta de la ansiedad me golpea. Me presento ante Ti tal como soy: frágil, temeroso, cansado de luchar con pensamientos que me abruman y sentimientos que no logro controlar.
Tú, Jesús, que calmabas los mares y hacías callar el viento con solo una palabra, ven y calma hoy las olas de mi mente. Que en medio de este huracán de emociones, Tu voz resuene clara como un faro en la oscuridad, diciéndome: “No temas, soy Yo, no estás solo.” Porque aunque me sienta débil, sé que en Tu presencia hay fuerza; aunque mi espíritu se sacuda por la angustia, en Tu corazón encuentro descanso.
Jesús amado, tantas veces he intentado controlar todo a mi alrededor: mis planes, mis horarios, mis miedos… pero me doy cuenta, Señor, de que hay cosas que no dependen de mí. Que hay batallas que no puedo pelear con mis propias fuerzas. Hoy te entrego cada una de esas cargas, cada pensamiento que no me deja dormir, cada preocupación que invade mi alma.
Ven, Señor, con Tu Santo Espíritu y sana las raíces de mi ansiedad. Sana las heridas que me dejaron los momentos de incertidumbre, las experiencias de rechazo, el miedo a fallar, a perder, a no ser suficiente. Toca, Jesús, esas zonas ocultas de mi historia que siguen doliendo, y que hoy se manifiestan en forma de angustia.
Tú eres mi paz, Jesús. No una paz momentánea ni superficial, sino la paz verdadera que nace de saber que mi vida está en Tus manos, que ningún detalle escapa a Tu mirada. En Ti confío, aunque mi mente me grite que tenga miedo. En Ti descanso, aunque el mundo me presione. En Ti me refugio, como un niño en los brazos de su madre.
Jesús, Tú nos enseñaste que no debemos preocuparnos por el mañana, porque cada día trae su propio afán. Pero me cuesta, Señor. Me cuesta soltar el control y abandonarme en Tu voluntad. Por eso te pido que me enseñes a vivir el momento presente, a abrazar la vida tal como viene, a aceptar con paz lo que no puedo cambiar, y a actuar con fe en aquello que sí puedo transformar.
Ayúdame a respirar profundamente Tu presencia. A recordar que estás conmigo cuando el pecho se me oprime, cuando el miedo me paraliza, cuando el corazón late desbocado sin razón aparente. Tú eres mi ancla, Jesús. Tú eres la roca firme en medio del oleaje. Dame la gracia de mantener mis ojos fijos en Ti, y no en la tormenta.
Enséñame también a tener momentos de silencio, de oración, de pausa interior, donde pueda volver a Ti una y otra vez. Que Tu Palabra sea mi alimento y mi refugio. Que no me aísle por temor, sino que aprenda a compartir mis luchas con personas de fe que me acompañen. Y que cada paso hacia la sanación lo dé de Tu mano, sin prisa, pero con confianza.
Señor, hoy renuncio al afán que me aleja de Ti. Hoy dejo a Tus pies mis pensamientos acelerados, mis temores infundados, mis inseguridades constantes. Porque no quiero vivir preso del miedo, sino libre en Tu amor. No quiero reaccionar desde la angustia, sino actuar desde la paz.
Jesús, Príncipe de la Paz, te entrego también a todas las personas que viven esclavizadas por la ansiedad. Tú sabes cuánto sufre el alma cuando se siente atrapada en un laberinto de pensamientos oscuros. Ten piedad de todos los que lloran en silencio, de los que no saben cómo pedir ayuda, de los que se sienten solos en medio de la multitud.
Ven a nuestras vidas con Tu luz. Ven a nuestros corazones con Tu consuelo. Ven, Jesús, y quédate. No solo como un visitante, sino como el Rey de nuestra paz interior. Llena nuestros días con Tu serenidad, nuestros hogares con Tu presencia, y nuestras decisiones con Tu sabiduría.
Confío en Ti, Jesús. En Tu poder que sana, en Tu amor que consuela, en Tu paz que transforma. Tú eres más grande que mi ansiedad. Tú eres más fuerte que mis miedos. Tú eres el Señor de mi historia, y en Ti descanso. Amén.
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