Oración de Consagración al Inmaculado Corazón de María
Oh María, Madre de Dios y Madre nuestra, me presento ante Ti con humildad y amor, deseando consagrarme plenamente a Tu Inmaculado Corazón. Reconozco en Ti el modelo perfecto de santidad, obediencia y amor a Dios, y anhelo que mi vida sea reflejo de Tus virtudes.
Virgen Purísima, desde el primer instante de Tu concepción fuiste preservada de toda mancha de pecado, convirtiéndote en el templo puro y digno para albergar al Verbo Encarnado. Tu Inmaculado Corazón es fuente de gracia y misericordia, refugio seguro para los pecadores y camino que nos conduce a Dios. Por ello, hoy quiero entregarte todo mi ser:
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Mi mente, para que sea iluminada por la luz de Tu pureza y se mantenga alejada de todo pensamiento impuro o egoísta.
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Mi corazón, para que, inflamado por el fuego de Tu amor maternal, aprenda a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a mí mismo.
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Mi voluntad, para que, fortalecida por Tu ejemplo de obediencia, se someta siempre a la voluntad divina con humildad y confianza.
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Mi cuerpo, para que, preservado en pureza y castidad, sea templo del Espíritu Santo y instrumento de servicio a los demás.
Oh Madre Santísima, al consagrarme a Tu Inmaculado Corazón, te pido que me acompañes en cada paso de mi vida. Guíame en momentos de duda, fortaléceme en las pruebas, consuélame en las tristezas y alégrate conmigo en las alegrías. Que, bajo Tu amparo, pueda crecer en fe, esperanza y caridad, y así acercarme cada día más a Tu Hijo Jesús.
Te encomiendo también a mi familia y seres queridos. Cúbrelos con Tu manto protector, líbralos de todo mal y guíalos por el camino de la santidad. Que en nuestros hogares reine la paz, el amor y la unidad, reflejando así el hogar de Nazaret donde Tú viviste junto a Jesús y San José.
Madre de la Iglesia, intercede por nuestras comunidades y por toda la humanidad. Que, a través de Tu Inmaculado Corazón, se derramen abundantes gracias que transformen los corazones endurecidos, conviertan a los pecadores y fortalezcan a los justos. Que, siguiendo Tu ejemplo de humildad y servicio, trabajemos juntos por la construcción de un mundo más justo y fraterno.
En este acto de consagración, renuevo mis promesas bautismales y me comprometo a vivir fielmente los mandamientos de Dios y las enseñanzas de la Iglesia. Me propongo rezar diariamente el Santo Rosario, meditando los misterios de la vida de Cristo y de Tu participación en la obra de la redención. Asimismo, buscaré frecuentar los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Reconciliación, para mantenerme en estado de gracia y crecer en la vida espiritual.
Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti. Que Tu Inmaculado Corazón sea nuestro refugio en las tempestades de la vida y el faro que nos guíe hacia el puerto seguro de la salvación. Que, unidos a Ti, podamos un día gozar de la presencia de Dios en el cielo y cantar eternamente Sus alabanzas.
Amén.
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